Gerardo Cabral no tiene lo que se podría llamar una carrera futbolística habitual. Comenzó a atajar cuando tenía ya 20 años, después de haber jugado al voley, y no realizó divisiones inferiores en ningún club. Conocé la historia de alguien que aprendió a coser pantalones de arquero que otros desechaban porque no tenía siquiera un peso para viajar en tren.
Por Santiago Menichelli (Interior Futbolero)
Cuando era muy pequeño, Cabral se ubicó por primera vez debajo de los tres blancos palos, en una canchita de fútbol “5”. Defendía por aquel entonces la camiseta del Club “El Tanque” de Carlos Spegazzini, localidad que pertenece al partido de Ezeiza y de la cual es oriundo. En aquella humilde institución fue compañero y comenzó a forjar una fuerte amistad con Jesús Dátolo, hombre que más tarde le daría una mano. El primer técnico de ambos sería justamente el padre de Gerardo, Raúl Cabral, y quien, según su propio hijo acusa con humor, tiene más reconocimiento en los medios que él.
Sucedió por aquel entonces que al pequeño Gerardo le provocaba más curiosidad jugar que atajar. Quién diría que después el destino le marcaría el camino contrario.
De esa forma, se fue olvidando de lo que era defender un arco, a tal punto que estuvo largos años sin volver a cumplir esa función. A los 15 años, de hecho, jugaba al fútbol de volante en la Liga de Lobos. Conoció entonces la 5ta División en los equipos “Madreselva” y Atlético Lobos. Sin embargo, le quedaba demasiado lejos para concurrir a los entrenamientos, por lo que aquella etapa culminó apenas un año después.
Más tarde, otro sería el deporte que lo ocuparía. Empezó entonces a jugar al voley en Spegazzini, en un centro de educación física, el CEF 88. Fue en ese momento cuando ganó en los juegos bonaerenses y clasificó para viajar a Mar del Plata junto con su equipo. Fue en la localidad balnearia que lo vio el técnico de Banfield, quien lo contactó para sumarse a las filas del primer equipo de voley del “Taladro”.
El equipo del sur del Gran Buenos Aires le brindaba el viático y no mucho más. Hacía entonces el esfuerzo de viajar en tren varios días por semana, viaje que se extendía por más de una hora. Jugaba para las categorías cadetes, juveniles y primera al mismo tiempo. En aquel entonces, Banfield estaba en la 2da División del torneo nacional de voley, por lo que, si Cabral quería seguir jugando, debía buscar un sostén económico en otro lado.
Tiempo después, un amigo lo invitó a probarse en el Cañuelas Fútbol Club, que militaba en la “C” Metropolitana. Al llegar, el técnico del equipo le preguntó de qué jugaba. Gerardo contestó que de “9”, dado que se desempeñaba como delantero en campeonatos de barrio, en fútbol “7”. Pero su amigo aclaró que “la cabra” también sabía atajar. Como Cañuelas necesitaba quien defendiera los palos, Cabral hizo la prueba en esa posición.
Se probó un día jueves. Debía volver al día siguiente. El viernes, al ingresar al club un coordinador lo llamó aparte, le pidió su documento y le informó que necesitaban que ese preciso domingo atajara frente al Club Colegiales, de visitante, por la categoría 4ta. Fue un 0 a 0 en que Cabral tuvo algunas intervenciones interesantes. El arquero suplente le prestaba los guantes, que por aquel entonces eran imposibles de conseguir para él.
Estuvo así por cuatro meses, viajando a Cañuelas colado, en tren, al no tener nada de dinero en los bolsillos. Hasta ese momento, los arqueros de Primera del club le prestaban sus guantes, o le daban los rotos y los pantalones que ya n
o usaban, para que él los cosiera y los pudiera aprovechar. Después, subió a Primera y estuvo casi dos años en el banco y cobrando monedas. Como no tenía dinero para comprarse botines, se los regalaba un viejo amigo: Jesús Dátolo. El talentoso jugador estaba por aquel entonces en Banfield, y le daba sus botines. Tal es así que aún hoy le manda desde Europa algunos de sus calzados. Luego, el arquero de Ezeiza agarró el arco en primera y no salió más. Sus buenas actuaciones llamarían la atención de otros clubes.Fue así como un tal Sergio Benet, quien era amigo de su técnico, viajó a Cañuelas para verlo. El DT lo quería para ir a Villa Mitre, un equipo para él prácticamente desconocido. De esa manera, pasó del “Tambero” al “Villero”. En el equipo de Bahía Blanca llegó directamente para ser titular. Lamentablemente, el primer campeonato luego de su partida, el Club Cañuelas descendió a la Primera “D”, adonde ahora milita.
Esta es la increíble historia de Gerardo Cabral, hombre cuya vida le aportó mucho para ser hoy quien es, uno de los arqueros más maravillosos del Torneo Argentino “A”. Salto, reacción, reflejos en sus manos, timing, son algunas de las cosas que le aportó el voley. También ganó mucha fuerza por jugar al beach voley.
Hoy, disfruta de vivir de lo que le gusta, del fútbol. Ya no tiene que usar guantes prestados, cocer pantalones ajenos, colarse en el tren o trabajar en una fábrica de alcohol. Sabe y recomienda a los jóvenes que recién empiezan que “primero deben estudiar. Después, dejar todo por el fútbol. Si no se da, tenés algo para defenderte en el futuro. Es que el fútbol dura poco”.
Gerardo “Cabra” Cabral es, sin lugar a dudas, un hombre que aprendió del camino recorrido.
